CINES OLVIDADOS EN BUCAREST (RUMANÍA)

Cuando llegas a Bucarest, por la mañana justo antes de comenzar el día, las calles vacías solo las habitan los perros abandonados. Se calcula que hay un censo de más de cien mil canes “olvidados” por sus dueños en la capital rumana. De cines, palabra que no proviene del vocablo latín “canis”, hay unos cuantos, no tantos como en el caso de esta especie animal, pero si los suficientes para seguir dando cuenta del vacío.

Si caminas por el Bulevar-dul Regina Elisabeta, pasada la calea Vicoriei y antes de llegar a la Universitatii, en ambas aceras se admiran los emblemáticos cinematograful, que antaño ensalzaron las gestas del comunismo a través de los pases que se proyectaron. Probablemente no aguantaron la embestida producida por la invasión del “nuevo mundo” una vez se desmoronó su medio de vida.



En efecto fue en estos cines donde los ciudadanos y ciudadanas de este lugar recibieron su ración de ocio cocinada, aunque con matices, al mismo estilo que sus vecinos soviéticos, búlgaros o polacos. Bien es cierto, sin embargo, una cosa que los hacía y hace diferentes de los otros: su profunda filia hacia el cine, que en determinados momentos les brindaba un “bouquet” diferente, si cabe más exquisito que lo que se representaba en sus salas.



Repasando los viejos y pequeños “templos” con los que me topo destacaría el Cinematograful Festival; también está el Cinema Bucaresti, donde actualmente se halla la sede de un “rumanaque” (versión lugareña de nuestros recientemente incorporados “pakis non stop”). También podríamos fijar nuestra atención en el Cinema Capitol, cuya fachada recuerda un poco al “Nuovo Cinema Paradiso” (que también cerró, aunque después de su reconstrucción tras la quema del antiguo). Quizás por su estética llama la atención, sobresaliendo del resto en su look menos “ceaucescu” que los otros.



Sobreponiendose a los nuevos tiempos que corren, y compitiendo ante las multi-salas que ya son legión en Bucarest y otros selectos cines céntricos de la capital, el Cinema Corso es el clásico cine para cinéfilos, con un personal que pronto se jubilará, con una sala, butaca roja, incluso modesta platea, cuatro espectadores, películas “american B” o de poca salida en salas de proyección, subtítulos en la lengua romaní, en definitiva, para unos pocos pero bien avenidos. Veremos lo que aguanta, ya que podríamos estar frente a nuestro querido Méliès pero en V.O.S rumano. La diferencia es que allí no están para muchas subvenciones ya que los políticos con las subvenciones de la U.E. para asfaltar carreteras tienen suficiente para protagonizar su reciente éxito: “Toma el dinero y corre”.




Me gustaría acabar este rápido paseo con el que sentimentalmente más cerca me he sentido de los que ya no están entre “nos”, que es el Cinema Bulevard. El motivo es muy sencillo: su rótulo me evoca a algún cine que mi infancia retuvo pero que con el tiempo olvidó seguramente en la misma calle Pelayo o cerca de allí. Quizás es fruto de mi imaginación, pero el cine es capaz de producir también todas estas cosas.



Joan Izquierdo